Reposa mi cabeza sobre la rectangular expresión de la noche solitaria. Su esponjosa suavidad me hunde en los mares del deseo y del temor del inconsciente; los conozco tan bien como mi reflejo en el espejo de cada día. Descansa, reposa, máquina de hacer sueños, en esta madrugada de junio mientras te dejas llevar por las mareas del sopor y nacen de mi sien miles de haces plateados que se elevan al cielo raso y se unen en su intrincado baile a la vez que se cuentan unos a otros las actividades del día que murió.
Qué infelices los hilos en la maraña que nunca pueden reproducir la trama que quisieran ser. Hartos están ya de marearse en giros constantes. Crecen y vuelan alto. No quieren ver las gotas de los ojos lluviosos.
Vuelan en la galaxia infinitamente negra movidos por la liviana pesadumbre de ser como no eligieron. Dejen de querer soltarse; dejen de cortar las raíces que los unen.
Veo que se alzan en baile cual tibio vapor de té de 1984. Y el vaivén no los separa; se toman de las manos y juntos viajarán hasta alcanzar la libertad de su tesoro.
Abajo, la mente que no duerme.