Siempre estuve convencida de que el peor tipo de deseo es el que se sufre por carecer de algunos elementos invisibles. Cuando pienso en eso, la mayoría de las veces termino repitiendo el mismo ritual. Entonces me acuesto de lado, cierro los ojos, aprieto bien los puños y me los pongo sobre el estómago, como si quisiera que me atravesaran por el ombligo. Y aunque no sea mi intención, los puños dan golpecitos y hacen fuerza, siempre, certeros de que lo que deseo está dentro de mí esperando que una mano lo saque a los tirones de entre mis entrañas.
Creo que los puños tienen tanta fuerza que me hacen brotar agua salina por las comisuras de los ojos. Debe ser que me ocupan tanto lugar en el estómago que la piel no puede contener nada más, desborda, así que mi cuerpo deja salir lo innecesario: lágrimas, generalmente. A veces algunos gritos. La sensación que me da en la garganta me resulta la parte más extraña del ritual. Yo pienso que los elementos invisibles, o lo que sea que los puños quieran tomar, se pelean a los golpes con quién sabe qué cerca de las cuerdas vocales y me hacen una especie de nudo y no me permiten hablar.
Después me olvido de que quiero eso que no tengo y abro los ojos. Los elementos invisibles que no tenemos nos dejan repletos de cosas en el interior.
Quizás algún día logre sacarlos... o se materialicen en el exterior.
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